El hombre carnal y natural se suscribe por voluntad propia a un dios que se ajusta a su imaginación insensata. Se suscribe a un dios que sólo es amable, compasivo, misericordioso y extremadamente paciente, pero que no es en absoluto santo, verdadero, justo, etc., construyendo así un dios según su propio deseo y voluntad. De tal dios, el hombre carnal no tiene nada o poco que temer, ya que él sólo es misericordioso, bondadoso, y perdona el pecado muy fácilmente. Esto le da al hombre toda la libertad que desea, para que pueda vivir y comportarse según los deseos de su corazón.